El mes de septiembre trajo consigo un sinfín de movimientos inesperados en los mercados financieros: una inflación más elevada de lo previsto, que no para de crecer en las economías desarrolladas; importantes subidas de tipos por parte de muchos bancos centrales de todo el mundo, con el fin de evitar quedarse a la zaga; vehementes declaraciones de líderes monetarios actuales y del pasado, para posicionarse claramente en contra de la inflación; la consiguiente aceleración de la tendencia de mercado bajista en los bonos soberanos y no soberanos; el contagio de esta tendencia a las bolsas, los mercados hipotecarios y el comportamiento de los consumidores, que se dejará sentir al menos durante los próximos meses conforme la recesión se consume y empeore; una volatilidad en las principales monedas del mundo que no veíamos desde el siglo pasado; una intensificación en la retórica bélica en Rusia, Ucrania y más allá, que incluye el debate (ahora abierto) sobre una potencial escalada nuclear desencadenada por Vladimir Putin; falsos referendos de anexión ilegales en el este de Ucrania; el corte del suministro de energía a Europa por parte de Rusia; y muchos otros factores.
La situación podría calificarse de «tormenta perfecta.
Más recientemente, tanto el violento colapso de la libra esterlina y los bonos británicos como la necesidad de que el Banco de Inglaterra intervenga como último recurso en el mercado de gilts a largo plazo (para evitar una crisis inminente en los activos de los principales fondos de pensiones) se han atribuido en parte a uno de los muchos efectos económicos del bréxit. El Financial Times ha calificado a la nueva primera ministra británica y a su ministro de Hacienda de «locos, malos y peligrosos» por la ingenuidad de su primer presupuesto. Y hace poco, la agencia de calificación S&P ha rebajado las perspectivas del Reino Unido a negativas. Los primeros días de Lizz Truss en el cargo no han sido precisamente un camino de rosas. La nueva primera ministra británica se encuentra ya bajo una fuerte presión después de que la oposición haya superado rápida y apabullantemente al Partido Conservador en las encuestas; una situación a la que el Gobierno británico no ha tardado en responder revirtiendo la decisión presupuestaria de abolir la propuesta de aumento en el tipo impositivo aplicado a las rentas más altas.
Pero, una cuestión aún más importante en el contexto general es si la crisis de los fondos de pensiones británicos y sus efectos podrían propagarse a otros mercados de bonos o divisas donde dichos fondos están también muy apalancados y mal regulados. Tal posibilidad no es, ni mucho menos, un tema baladí; si se siguieran los pasos del modelo británico, se producirían un tensionamiento cuantitativo y una reanudación de la expansión cuantitativa simultáneamente. Ante este panorama, no es de extrañar que la confusión se apodere de los analistas financieros.
Si hay un factor que ha sobresalido por encima del resto durante 2022, especialmente en los últimos meses, es la marcada aceleración del valor externo del dólar estadounidense frente a la mayoría de las principales divisas. A día de hoy, se considera que el dólar es el único refugio que ofrece protección frente al turbulento panorama actual. Sin duda, los diferenciales de tipos entre el dólar estadounidense y otras divisas han contribuido a esta aceleración, pero no son el único factor; que los inversores estadounidenses hayan recurrido, como suelen hacer en estos casos, a la repatriación de los activos no estadounidenses con el aumento de las tensiones internacionales también ha tenido algo que ver.
Por otro lado, tenemos a los sospechosos habituales que no dudan en anunciar por enésima vez la inminente desaparición del euro. Su constante devaluación a paridad con el dólar estadounidense y el franco suizo se califica de principio del fin de la moneda única europea, como tan a menudo se hizo en el pasado con argumentos económicos comprensibles pero que carecen de objetividad financiera. Incluso el nuevo Gobierno italiano, acusado por muchos de albergar tendencias fascistas, ha optado sabiamente por no batallar con Bruselas.
La flagrante crisis de liquidez internacional es el origen de las graves tensiones que actualmente existen en los mercados financieros mundiales, y su reversión será el factor crucial que podría servir para rebajar la presión y restablecer la confianza, siempre y cuando los demás factores permanezcan sin cambios. Cuándo tendrá lugar esta reversión y qué la desencadenará son dos de los principales temas de debate entre los participantes y los analistas del mercado. Pero, más allá de las predicciones de ambas partes, ni los inversores ni los analistas poseen los poderes adivinatorios de una bola de cristal. Más bien, y por duro que resulte a los inversores que han sufrido los fuertes retrocesos en las valoraciones de la mayoría de tipos de empresas, un enfoque a largo plazo es la forma más segura de proteger una cartera frente a decisiones equivocadas que exponen al riesgo de sufrir una pérdida de capital permanente.
Entretanto, sin embargo, los mercados de valores y los precios de los bonos bajan progresivamente en lo que se presenta como el típico mercado bajista en todos los frentes y, según dicen los veteranos, dichos periodos son la excusa perfecta para sacar dinero a los inversores. Incluso las valoraciones de las mejores empresas, como las compañías de crecimiento de calidad, se ven penalizadas por el argumento de que cuanto más sólidos son los márgenes de un negocio, más vulnerables pueden llegar a ser en el futuro. Pero cuando los márgenes son bajos y ya se han visto afectados, los inversores disfrutan de una red de seguridad más amplia ya que, como se suele decir, «el daño ya está hecho». Dicha situación está poniendo patas arriba los principios de inversión.
Mirar hacia el pasado es a día de hoy el mayor peligro para aquellos que invierten en las mejores compañías del mundo, que han visto cómo se desplomaban las cotizaciones de sus acciones por culpa de la oleada de ventas en los mercados en todas las categorías de activos. A excepción de los hedge funds aislados, no ha habido dónde esconderse mientras la inflación erosionaba la aparente seguridad de la rentabilidad del efectivo nominal y las valoraciones de acciones y bonos caían presas de salvajes retrocesos. (Los bonos ligados a la inflación tampoco han proporcionado una protección significativa).
La caída en los precios de la renta variable y la renta fija, así como el creciente sentimiento negativo, representan el camino de menor resistencia para inversores, comentaristas y analistas. De hecho, al menos hasta la fecha, la adopción de cualquier posición en contrario este año ha resultado tan inútil como cara.
Pero lo que se ha vuelto verdaderamente difícil es adoptar una postura positiva, tanto para los inversores en general, como para aquellos centrados en empresas de crecimiento de calidad en particular, ya que sus precios han caído desde los altos niveles que alcanzaron en los últimos años. Sin embargo, conforme 2022 ha ido arrojando circunstancias económicas nefastas, las empresas de crecimiento de calidad han vuelto a demostrar por qué disfrutan de esta etiqueta frente a la gran mayoría de las compañías que cotizan en las bolsas de todo el mundo.
Por suerte para los inversores a largo plazo en negocios de crecimiento de calidad, el retroceso en sus valoraciones no es una señal de advertencia que anticipe un deterioro inminente de sus cualidades superiores.
Por difícil que resulte, es preciso recordar que el papel de las bolsas es poner precio hoy a las ganancias del mañana. En cambio, en el actual entorno, los mercados están lejos de desempeñarlo, ya que siguen más centrados en las tribulaciones presentes que en las oportunidades futuras.
Así las cosas, aprovechar el momento es la única conclusión inteligente a la que puede llegar un inversor.
P. Seilern-Aspang,
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